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¿Cómo ser un vengador y no morir en el intento?

 

                                                                                                                                                                 Psic. Abraham Hernández Gaytán

La pregunta no es simplemente el título de una posible guía de supervivencia; el cuestionamiento incide más allá de lo práctico, remite a la esfera de interacción de la juventud mexicana de la actualidad.

 

Toda interacción requiere de al menos dos personas (pudiendo existir un tercero observador); un escenario donde se llevará a cabo y que sugerirá un tipo de comportamiento específico; además de un código que sea compartido por esos sujetos.

 

La escuela como institución es también un escenario donde las implicaciones interpersonales exceden el “ir a aprender”, lugar donde suele ser más relevante la relación establecida con los demás que con las ecuaciones y la ciencia. Desde hace años, es utilizada como el sitio de custodia de menores de edad, ese ámbito que permite a los genitores desenvolverse en el mundo laboral.

 

Si comprendemos que todas las relaciones humanas son relaciones de poder – y que ello no deja fuera las escuelas – habría que cuestionarnos cómo estamos educando al respecto de la implicación del sometimiento en la vida cotidiana.

 

La supremacía del más fuerte es una característica que como cultura occidental hemos enarbolado. El héroe, el líder, el salvador: una figura que se reafirma día con día en las historias que consumimos. No es casual que entre mayores efectos especiales tenga la destrucción, más audiencia (y dinero) consiga.

 

En el cine “el fin justifica los medios”. Cualquier afrenta ha de resolverse por medio del uso de la fuerza que, exacerbada o no, de acuerdo a la mirada del director, da imagen reconocible a la violencia del siglo XXI.

 

El poder crea subjetividades específicas: El poderoso y el sometido, ambos con su propia relación de resistencia y cuyas acciones determinan la conducta del otro. Sin embargo ¿cuáles son las particularidades que entraña cada una de estas figuras cuando las trasladamos al escenario de los mortales? La venganza, la negociación, el triunfo, la admiración, son fenómenos que no requieren una capa y rayos láser, sino simplemente una cámara de video.

 

En mayo de 2014, México dio la nota internacional de los constantes casos de bullying videograbados en las escuelas. Alarmados y con reacciones polares, casi puede perderse de vista cómo este anglicismo de confusa escritura, esconde en su novedad la normalización de una práctica ancestral; hace parecer que el fenómeno fue inoculado en las bancas y apareció así, de la distracción de un docente y la impulsividad de las y los estudiantes, a la cabeza traumatizada de quien recibe el golpe. Pero esto no ha sido así, el acoso escolar se ha convertido en otro más de los ritos de iniciación de quien apenas se abre paso por el mundo, un trayecto del que si se quiere salir vivo, ha de ser por medio de la fuerza.

 

Sin embargo, la normalización de la violencia hace que el código de la víctima y el victimario tengan características de comportamiento observables, fácilmente encasillables que nos permitan saber cómo actuar frente a ello: compadecer al agredido y repudiar al abusador. Pero si el fin justifica los medios ¿No se puede incluso generar empatía por el agresor y enojo contra el agredido, por “haberse dejado”?

El poder genera admiración, a su vez que la victimización - con su imán de proteccionismo ajeno - instala la debilidad en el sujeto. Identificarse como víctima es arma de doble filo para la debilidad ¿Cuántas personas están dispuestas a asumirse como débiles frente a una adversidad?

 

Si bien se dice que “lo que no te mata te hace más fuerte” y se admira la reconstrucción psíquica del agredido, la petición pública ante el acto se simboliza en la justicia. Pero en el imaginario social ¿Cómo distinguimos la venganza de la justicia? ¿Cómo hacerlo cuando se ha perdido la fe en el aparato de justicia nacional? El límite entre ambos conceptos se ha perdido, se diluye entre los ideales del activismo y el gigantesco miedo a la vulnerabilidad que exige una acción correctiva, contundente, de una vez y por todas, que arranque de raíz el temor e instale una burbuja de poder personal irrompible, basado, por supuesto, en el ejercicio de poder.

 

¿Qué diferencias hay entre el pueblo que lincha a los policías y la adolescente que golpea para que arrodillada la ofensora le pida perdón? ¿Qué diferencia hay entre Los Vengadores y los deseosos de justicia (o será, a su vez, La Liga de la Justicia de los mortales)? En la práctica suele ser imperceptible.

El acoso escolar no se sostiene por la ineficiencia del sistema educativo, ni por la sintomatología del TDA-H, se sostiene por el placer que causa el saberse vencedor, por comprobar y por ello repetir, que la violencia es un método eficaz para conseguir un lugar en el mundo, arrebatárselo al otro. Ya lo dice Hulk, quien al no poder controlar su rabia tiene un solo objetivo: ¡Aplastar!   

 

 

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