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En la Disneylandia del Amor: Tú mi complemento "¿mi media naranja"?

Sobre las contribuciones de Sigmund Freud a la Psicología del amor

Abraham Hernández Gaytán

Psicólogo

Hace algunas semanas, la Psic. Hazel Quinto nos presentaba un análisis del amor desde la perspectiva del analista posfreudiano Eric Fromm, y dado que “El Arte de Amar” se ha vuelto uno de esos libros superventas de las tiendas Sanborns y que suele ser comprado por corazones rotos en busca de enmendadura, esto aunado a que a lo mejor muchos de los que nos leen lo han hojeado alguna vez, no quisiera perder la oportunidad de comentar el tema desde la perspectiva freudiana y la peculiar lectura que hace Jacques Alain Miller en Los Divinos Detalles sobre estos menesteres… además de ponerle mi toque personal: Un poquito de música para acompañar.

 

Es común que amigas y amigos se acerquen a los demás con una nueva historia para contar – aunque repetida y muy similar la mayoría de las veces –: Han vuelto a terminar una relación amorosa y por cierto, aseguran que esta será la última. Así (y considerando que el título del artículo de hoy remite a la música), al tono de Lupita D’alessio y su “Hoy voy a cambiar” se hace limpieza al armario y se borran rencores de antaño, sin embargo, no hay que dejarnos engañar, sabemos bien que por más obsesiva, organizada y racional que pretenda ser la limpieza, siempre queda un resto de polvo que vuelve a hacer estornudar: Es la obsesión que no comprendo, me pone mal, estoy simplemente enferma de amor.

 

Si algo debe quedarnos claro desde un principio, es que la búsqueda del objeto de amor no necesariamente va de la mano del deseo, esto porque objeto de amor y objeto de deseo pueden no converger en una sola persona. Freud destacaba que el amor que el niño siente por la madre será el prototipo de amor ideal, planteamiento que para Miller puede ser cursi, pero que no deja de reconocer la gran verdad que se anida en el planteamiento.

 

A ti que me diste tu vida, tu amor y tu espacio…

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

El niño, aún antes de nacer, se haya precedido por el lenguaje, pero hasta que no sea capaz de establecer un habla articulada, sus necesidades se encuentran supeditadas al ojo materno que ha de satisfacerlo cuando aparezca el llanto (en el mejor de los casos, por supuesto). De esta forma la madre es colocada como un objeto amoroso perfecto capaz de satisfacer. Al respecto, la psicología - sobre todo seguidores de la línea de Winnicott - ha perpetuado la idea de la “madre suficientemente buena” que es aquella que sólo tiene ojos para su cría, lo cual nos ha dejado la ilusión de que existe una burbuja irrompible entre ambos como un ideal. Lo cierto es que en esta visión no hay dialéctica, no hay dos, sino un uno fusionado con la madre a la cabeza. Es aquí donde Lacan apunta que en el desarrollo del complejo de Edipo (proceso de separación entre la madre y el hijo, a muy grandes rasgos) no sólo hay tres: Madre, hijo y padre, sino también un cuarto más: El Nombre del Padre.

 

El Nombre del Padre debe ser aquello que instaure el deseo, por medio del padre, es decir, que el padre sea capaz de hacer desear a la madre como mujer. Esto queda mejor explicado si tomamos la frase de Lacan “Una madre solo puede ser suficientemente buena, si el hecho de ser madre no la disuade del hecho de desear como mujer”. Es decir “Señora, usted no es nada más una máquina de gestación, la vida tiene otras cosas aparte de los hijos que puede desear”.

 

Pero para el niño esto no es para nada feliz. El menor se da cuenta que la erotización que él sentía por su madre con sus caricias y afectos ahora son dados a un tercero, a un otro que en este caso es su padre… lo cual, por decir algo, a sus ojos la vuelve un poquito promiscua.

 

De acuerdo a Freud, el menor durante la adolescencia descubrirá que existen “las mujeres fáciles”, y sentirá horror al saber que lo que las vuelve “fáciles” es que tienen intercambios sexuales, y que por supuesto, su madre también lo hace: “¡Mi objeto de amor no se puede quedar así! ¡Cómo mi santa madre hace eso también!”. De esto pueden aparecer fantasías incestuosas con la madre y hermanas, mismas que se refuerzan por medio de la masturbación adolescente y que en un psicoanálisis deberán ser abordadas para que el sujeto tenga una vida amorosa “sana”.

 

El objeto de amor debe ser degradado entonces en algún momento, sin embargo, esta historia de rasgos particulares para cada sujeto, aparecerá y se mantendrá a lo largo de las relaciones de pareja, pero aquí surge una pregunta ¿Cómo se las arregla un sujeto con su propia historia al establecer una relación? (ya dicen los sistémicos en “El Baile de la Pareja”: “No somos dos, somos seis: tú, yo, tus padres y los míos”).

 

Freud señala que las condiciones necesarias para el amor hacia una mujer son las siguientes:

 

1. Esa mujer debe estar ligada a un otro (pertenecerle dice, aunque esta palabra puede poner los pelos de punta algunos y algunas simpatizantes de ciertas corrientes del feminismo). La afirmación es enmarcada en los casos en que una mujer soltera puede pasar desapercibida, pero que al entablar un noviazgo, se vuelve sexualmente deseable… o bien, en el caso de las mujeres casadas cuyo amante puede no sentir celos del esposo, sino de un tercero ajeno que pueda venir a cortejarla, y de esta forma aparecerá como un tercero perjudicado (Y es que ya lo dice la canción de Garibaldi: El hombre casado sabe más bueno, en este caso, serían las mujeres al ser un "Secreto de amor" al estilo de Joan Sebastian).

 

 

 

2. Como segunda condición refiere que la mujer debe ser lo “suficientemente fácil”, es decir, que se reafirme que tiene un potencial sexual digno de ser cortejado y que puede ser tomado por alguien más. Así, la frase “el deseo (de un sujeto) es el deseo del Otro (otro sujeto)” se cuela al tema del amor, porque si “el otro la desea, entonces yo también”.

 

Ha de resaltarse aquí, que la posibilidad de perder a la amada le pone un poco de sabor a la relación entre ambos, es un juego del gato y el ratón, o mejor dicho, se juega con una “mariposa traicionera”.

Los puntos que he mencionado hacen referencia a las características que debe tener el objeto, pero los siguientes, tendrán que ver con cómo nos comportamos con respecto a ese objeto de amor.

 

3. La mujer debe ser sobreestimada. A pesar de que pueda tener algo de “mala reputación” lo que se denota en ella es que tiene el rasgo de “ser única”, de irremplazable, de insustituible, rasgo que viene del prototipo materno porque “madre sólo hay una”. Aunque ya apunta Miller que hay sujetos que van coleccionando “únicas” en serie, aun cuando ya hayan sido muchas, en ese momento es “única”, en el sentido de “Esta, esta vez, es la buena”, como ocurre en "A ella" de Poder del Norte.

 

 

En otras palabras, la mujer en turno será considerada como “la mejor en todos los aspectos”, pero no por ello debemos dejar de advertir algo: Es sobreestimada porque ha pasado por la degradación al ser considerada “algo fácil” ¿Cómo mediar entonces entre la degradación y la sobreestimación? Al respecto, viene la siguiente condición:

 

4. La mujer debe ser "rescatada". Aquí se preserva la imagen de la princesa perdida y el príncipe valiente, sin embargo, Freud apunta a que los hombres rescatan a las mujeres de la promiscuidad latente que las habita.

La interacción entonces está basada en un posicionamiento alrededor de lo fálico, entre quien puede proteger y rescatar "porque tiene" y entre quien no puede rescatarse "porque no tiene". Nos referimos, pues, a la presencia o ausencia del órgano sexual: El pene.

Si una mujer tiene un agujero puesto que no tiene pene, ella puede pedir ser satisfecha en el quehacer sexual. Lo anterior, nos remite al análisis que hacía el psicoanalista Ignacio Cruz de la película “Ninfomanía”, cuando apunta a la frase de Joe, la protagonista, “Llena todos mis agujeros”, pero como queda ejemplificado en la cinta, esto no es posible.

 

Llegados a lo anterior, es necesario resaltar que las mujeres no permanecen pasivas durante lo descrito, ya que, de acuerdo a Freud y reeditado por Miller, en las mujeres participa un elemento más: El tabú de la virginidad.

 

Para un hombre la respuesta a la pregunta ¿Qué quiere una mujer? Puede dar dolores de cabeza, y lo más probable es que nunca lo descubra, ya que lo que aplica para una puede no aplicar para todas… y es que no existe “La mujer” entendida como una universal, sino Una mujer, una que es distinta a las otras, por tanto no puede haber fórmulas generales hacia ellas. Esta variedad entre las mujeres nos lleva a considerar que con ellas nunca podrá haber un Todo universal, porque justo ellas encarnan el No-Todo. Así, una mujer tendrá deseo de Otra cosa, que nunca será lo que tiene y tampoco lo que venga después, sea hombre, mujer, hijo, carrera profesional, dinero, no será eso, siempre será Otra cosa.

 

Con lo anterior, podemos ver que cuando Freud señala que las mujeres son “toda ella un tabú”, hace referencia a eso inaccesible y que lo es incluso para ella misma, las mujeres “tampoco saben lo que quieren” puesto que es Otra cosa.

 

Sin embargo, en el caso de la histeria (estructura clínica relacionada con la posición femenina, que es distinto de ser mujer, por cierto), se habla de mujeres que creen que existen Otras mujeres que sí que pueden acceder a una satisfacción completa. Como ejemplo, podemos destacar el papel que juega La Otra (que sí disfruta) en las relaciones de pareja, cuyo mejor ejemplo me parece que lo encarna el tema de María José “Prefiero ser su amante”.

 

 

Otra mujer capaz de disfrutar y hacer disfrutar, puede ser la pesadilla de la madresposa recta, fiel y sumisa. Ya apunta Marcela Lagarde en sus “Cautiverios de las Mujeres: Madresposas, monjas, presas, putas y locas” que la figura de la otra puede hacer tambalear la subjetividad de la esposa.

 

Pero si existen algunas que sí acceden al placer, una mujer puede hacerse la pregunta ¿Y por qué yo no? “¿Por qué?” Por la prohibición.

 

La prohibición de lo sexual es un rasgo que ha sido interiorizado por las mujeres, puesto que desde el contexto occidental tenemos la división entre ser una Virgen o ser una Eva. La virgen es aquella que no accede al placer sexual (“sin pecado concebido” ¿no?) y por su parte, Eva es la tentación, la peligrosa, la loca, la traicionera, la incontenible. Por ello, caemos en cuenta que si una categoría es degradada en la cultura es la de la puta. Muchas mujeres, en pos de la liberación femenina y la revolución sexual, pueden acceder a varias parejas sexuales y decir “no me importan lo que digan los demás, es mi cuerpo y les vale”, pero lo cierto es que no se puede aislar por completo la figura de la puta dentro del imaginario colectivo, como sociedad hemos creído que La Puta, como Otra Mujer, existe.

 

Entonces, la prohibición en las mujeres aparece, en mayor o menor medida, como un rasgo interiorizado. Por tanto, se requiere de aquél que posee el falo para que puedan acceder al placer sexual, pero ¿y si ese que posee un pene no lo hace funcionar? ¿Si el hombre es impotente? ¿Qué hace a un hombre impotente psíquicamente, es decir, que no le pase nada a nivel orgánico, sino que justo la impotencia la desatan las características de su pareja? ¿Es lo mismo hablar de impotencia y de frigidez? ¿Se quedan las mujeres esperando a que el pene funcione o qué pasa con ellas?

 

Estas interrogantes nos dan pie a otro artículo, puesto que son varias y el espacio se nos ha agotado, sin embargo, quiero destacar algo finalmente: Nos hemos subido a la Disneylandia del amor del grupo Fangoria ¿Hay boleto de vuelta?

 

“Sube, baja, empieza otra vez… en el espejo se ve al revés: Montaña Rusa del placer”.

 

 

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