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DROGAS, SEXO Y ¡AL DIABLO EL ROCK&ROLL!

 

CONSECUENCIAS DEL CONSUMO DE MARIHUANA EN LA CONDUCTA SEXUAL HUMANA

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

La marihuana ha sido temida y denunciada a lo largo de la historia debido a sus supuestos poderes para desatar pasiones sexuales incontroladas. Al mismo tiempo, se la ha acusado de reducir la libido y provocar impotencia. Esta evidente contradicción sobre los efectos de la marihuana en la activación sexual se debe a una sorprendente falta de información fáctica sobre la marihuana y el sexo, que todavía hoy día persiste (Abel, 1980). Debido a la estrecha relación entre la marihuana y la sexualidad humana, será necesario contextualizar dicha relación a fin de lograr una comprensión integral de lo que se entiende por conductas sexuales de riesgo y consecuencias de la mismas traducidas en enfermedades de transmisión sexual, ya que, en realidad se ha investigado poco entre estas variables como para establecer una correlación certera al respecto.

 

Durante la Edad Media, los demonólgos discriminaron específicamente a la marihuana dado su supuesto empleo como afrodisíaco en los aquelarres (Abel, 1980). García de Orta, cuya obra Coloquios de los medicamentos simples y de las drogas medicinales de la India reemplazó a la Materia Médica de Dioscórides, como el más importante herbolario de finales de la Edad Media, señalaba que la afrodísia era uno de los principales efectos de la marihuana. Dado que el libro de Da Orta fue ampliamente leído por médicos de la época (Abel, 1980), la afrodísia y la marihuana aparecieron inextricablemente ligados en la mentalidad médica occidental. Ya en 1853 el Dispensatory de Estados Unidos catalogaba la afrodísia como uno de los efectos farmacológicos de la marihuana, persistiendo su inclusión en muchas ediciones posteriores. En los años treinta, en lo que la histeria de la marihuana comenzó a asolar a regiones de Estado Unidos, se propagó extensamente el tema de la promiscuidad sexual. Sin embargo,  todavía en la década de los setentas, no había evidencia  experimental que confirme o refute los supuestos efectos de la marihuana sobre la libido. Durante esta década, los investigadores se dedicaron a realizar estudios de encuesta sobre la asociación de la marihuana con el sexo y sus efectos sobre la conducta y actuación sexuales, sin que se hayan llevado a cabo investigaciones epidemiológicas o clínicas.

 

Se conocen varios estudios de encuesta sobre el efecto de la marihuana en el sexo realizados en Estados Unidos durante la década de los setentas. Goode (1972) analizó las respuestas de estudiantes universitarios en un cuestionario sobre conducta sexual y uso de drogas, incluida la marihuana. Los resultados que se hallaron fueron que cuanto más frecuente es el uso de marihuana, mayor incidencia de la sexualidad prematrimonial y el número de diferentes compañeros sexuales; cuanto más frecuente el consumo de drogas en general, mayor el número de diferentes compañeros sexuales; y cuanto más pronto se tiene la primera experiencia sexual, mayor la probabilidad de que el individuo experimente con drogas a una temprana edad. Este estudio indica que el consumo de drogas, incluyendo a la marihuana, se correlaciona altamente con la conducta sexual. Por su parte Hochman y Brill (1973) describieron resultados similares en sus estudios, además hallaron que los consumidores de marihuana no diferían significativamente de los consumidores en cuanto a experiencia homosexuales; número matrimonios, divorcios y separaciones; número de compañeros extramatrimoniales; número de embarazos o abortos. A partir de estos estudios no es posible determinar si el sexo incrementa el consumo de drogas o viceversa, o si ambos son reflejo de un entorno sociocultural liberal per se (Abel, 1986). La relación entre marihuana y sexo en estos y similares estudios no es única, sino que refleja una asociación entre sexo y uso de drogas en general: los que más dispuestos están a experimentar con drogas también parecen lo más decididos a hacerlo con el sexo.

 

La encuesta de Koff (1974) sobre consumo de marihuana y sexo entre 345 estudiantes universitarios sugería que la marihuana aumentaba el deseo sexual más en las mujeres que en los hombres y que la relación global entre uso de marihuana y sexo dependería de la dosis. Frente al 39.1% de los hombres encuestados, el 57.8% de las mujeres declaró que la marihuana aumentaba la libido. Sin embargo, hubo más hombres (59.8%) que mujeres (42.9%) que afirmaron que dicha droga incrementaba el placer sexual. Cuando se tomó en consideración la cantidad de marihuana consumida, el 50.5% de los hombres y el 70.9% de las mujeres aducían que el fumar un cigarrillo o menos aumentaba la libido. Pero si se fumaban dos o más cigarrillos seguidos, el porcentaje de hombres y mujeres que indicaban un incremento de la libido fue menor (34.5% y 49.5%  respectivamente). Tanto los hombres como las mujeres hablaban de una disminución del gozo sexual relacionada con la dosis.

 

Fischer y Steckler (1974) encuestaron a 550 consumidores de marihuana para conocer las razones de su consumo, encontrando una interesante relación entre frecuencia de uso y aumento del placer sexual. Los que más atribuían a la marihuana un incremento del placer sexual eran los que la consumían diariamente (70%), seguidos de los que la usaban de un modo regular (58%), en ocasiones (34%) o lo habían hecho en el pasado (25%).

 

Gay y Sheppard (1973) entrevistaron a 50 pacientes de la Haight-Ashbury Free Medical Clinic sobre consumo de drogas y sexo. De éstos, 40 dijeron que de todas las drogas consumidos por ellos (entre ellas alcohol, barbitúricos, anfetaminas, cocaína, psicodélicos, heroína), la marihuana fue la que más aumentó el placer sexual. En un segundo estudio se encuestó a 95 pacientes de la misma clínica (Gay, et. al., 1977-1978). Casi todos los entrevistados (98%) consumían marihuana, mencionando mucho más a menudo su uso "algunas veces a la semana o con frecuencia para mejorar el sexo". A la pregunta ¿si tuviera que usar esta noche una droga o una asociación de dogas, cuál escogería?", los encuestados respondían eligiendo primero la marihuana, seguida en orden por la heroína, cocaína y psicodélicos. El alcohol figuraba en el último lugar.

 

Se  han llevado a cabo de varios intentos de explicar los supuestos efectos de la marihuana sobre la sexualidad humana. Los más frecuentemente mencionados son el papel de las "expectativas" y "del contexto". Una de las mujeres encuestadas por Koff (1974) esclareció al respecto: "La marihuana en modo alguno aumenta por sí misma el deseo sexual. Es simplemente la atmósfera (es decir, el contexto) en la que la droga se usa junto con... una oscurecida habitación con luz de velas, posiblemente con incienso, a menudo las dos solas, la que en realidad fomenta el deseo sexual."

 

En resumen, este tipo de estudios encuesta sugieren que mucha gente asocia la marihuana con el aumento de la actividad y gozo sexuales. Sin embargo, este aumento de la actividad sexual no parece que sea una consecuencia específica del uso de la marihuana, sino que refleja un estilo de vida que incluye el consumo de drogas y el sexo como elementos de una pauta global de búsqueda sensaciones (Khavari, et.al., 1977) (Kaestner, et.al., 1977). En cuanto al aumento del gozo sexual, parece que hay una vaga relación entre marihuana y sexo. Así, una pequeña cantidad como un sólo cigarrillo aumenta el gozo, mientras que dosis mayores lo reducen. No se conoce todavía la explicación de esta relación. Las "expectativas" y el "contexto" tienden a ser más importante cuando es pequeña la potencia de la droga. Sin embargo, al aumentar su potencia, empiezan a predominar sus efectos farmacológicos, cobrando menor importancia las "expectativas" y el "contexto" en la sensibilidad a la droga. También ha habido numerosos intentos de explicar este aumento del gozo sexual en términos de cambios perceptivos relacionados con la marihuana, específicamente en la estimación del tiempo (orgasmo prolongado) y en el aumento de la sensibilidad táctil (Tart, 1971) (Traub, 1977). Pero no se pueden relacionar estas reacciones subjetivas con cambios somáticos reales sin medidas fisiológicas de la activación sexual. En tanto no empleemos evaluaciones fisiológicas válidas, la estimación del potencial de la marihuana para incrementar la activación y gozo sexuales seguirá siendo especulativa.

 

Como lo indican los antecedentes socioculturales, la relación entre el consumo de alguna sustancia para facilitar el acceso al sexo tiene cientos de años. Actualmente se han denominado “Pociones Sexuales” a todas aquellas sustancias, tanto milenarias como drogas de diseño, siendo estas últimas desarrolladas específicamente por sus efectos psicoactivos y que se han incorporado a la actividad sexual de forma voraz (Bellis & Hughes, 2004). Así, el cannabis lleva un largo tiempo vinculado a la conducta sexual y, al tratarse de la droga recreativa más empleada, se consume con frecuencia antes y después de practicar el sexo. Se considera que aumenta el placer sexual al estimular la relajación y aumentar el sentido del tacto (Buffum, Moser & Smith, 1988). No obstante, las mismas propiedades relajantes pueden ir ligadas a niveles más bajos en la práctica de un sexo seguro vinculado al consumo de cannabis. Lo anterior debido a que los individuos pueden no entender los efectos del consumo sobre su comportamiento sexual, y sin embargo continúan consumiendo. Los efectos de desinhibición y desconexión facilitan la disminución en la capacidad de juicio, por lo que aumentan considerablemente la probabilidad de practicar sexo sin el uso de preservativo (Poulin & Graham, 2001).

 

De manera menos alentadora, es un hecho que en algunas circunstancias, no es que las drogas sean un medio para practicar el sexo, sino que el sexo se convierte en un medio para conseguir las drogas. Por ejemplo, el consumo abusivo de drogas suele ser una característica de la prostitución callejera, en el caso de esas mujeres que sólo trabajan para obtener la droga que necesitan. Con frecuencia esas prostitutas se ven atrapadas en una espiral de trabajo sexual y consumo de drogas. El único modo de conseguir dinero para la droga que necesitan es vender sexo, pero el sentimiento de indignidad y los malos tratos que reciben las empujan a aumentar el consumo de drogas (Plant et al., 1989) y, por ese motivo, a prostituirse más. Durante todo ese ciclo, la salud sexual de las prostitutas y de sus clientes se ve amenazada, ya que el sexo desprotegido suele ser más caro para los clientes (Morgan et al., 1990) y las prostitutas que necesitan droga están dispuestas a vender sexo anal y vaginal sin preservativos a cambio de un precio más elevado.

 

En el caso de los hombres, existe al menos un factor adicional que puede vincular el consumo problemático de drogas con el sexo. Algunos datos de drogodependientes italianos muestran como tienen diez veces más probabilidades de tener una historia de disfunción eréctil que otros varones de la población general (La Pera et al., 2003). Los individuos declararon haber empezado a consumir drogas específicamente para mejorar su actividad sexual o superar sentimientos de insuficiencia sexual. La hipótesis de que un elevado consumo de drogas, problemático o no, es el resultado de unos individuos haciendo frente a sus problemas sexuales necesita ser más investigada. No obstante, el consumo recreativo de drogas de prescripción para atajar al menos la impotencia inducida por alguna sustancia está más que conocido (Bellis & Hughes, 2004).

 

Los resultados que arroja la investigación realizada por Bellis y Hughes (2004) nos enfrenta con la realidad de que el consumo de marihuana está sumamente vinculado con el consumo de otras sustancias, principalmente el alcohol, que en conjunto redundan en  conductas preocupantemente similares, como lo son la práctica de sexo sin preservativo que aumenta los casos de infecciones de transmisión sexual y VIH; pérdida de consciencia durante el acto que facilita la consumación de una violación; prostitución para mantener el consumo, entre otras. Desde luego, se necesitan nuevas investigaciones para determinar el papel que juegan exactamente las drogas y el alcohol en los problemas de salud sexual. Sin embargo, la introducción de mayor número de conductas que alteran las drogas e incrementan el consumo de alcohol en los ámbitos juveniles tiene que relajar inevitablemente las costumbres sexuales y, por consiguiente, aumentar el sexo libre y despreocupado. Así, el estudio indica que quienes consumen drogas y alcohol no sólo tienen más posibilidades de practicar el sexo que sus iguales no consumidores, sino también de tener más parejas sexuales y de practicar el sexo sin preservativos. De igual modo, aquellos que consumen drogas y alcohol a una edad más temprana se inician antes en la práctica del sexo (Calafat et al., 2003).

 

Por otra parte, el trabajo publicado en 2009 por Antón Ruíz y Espada en Murcia, España, vincula la presencia de conductas sexuales de riesgo respecto a la transmisión de VIH e ITS. El estudio evaluó las conductas sexuales de riesgo en estudiantes universitarios, ya que varios autores resaltan el riesgo que comporta el hecho de consumir sustancias antes o durante las relaciones sexuales. Algunos señalan cómo los efectos producidos por sustancias, como el aumento de la desinhibición, la disminución del riesgo percibido o la amnesia, suelen estar asociados al hecho de que los jóvenes suelan asumir riesgos en sus relaciones sexuales que les dejan totalmente desprotegidos frente a la transmisión de ITS como el VIH (Antón Ruíz & Espada, 2009). De igual forma, se analizó la posible relación entre el consumo de sustancias y el no uso del preservativo, teniendo en cuenta tres tipos de práctica sexual: el coito vaginal, el coito anal y el sexo oral. A partir de los datos obtenidos, se observó que el uso del preservativo parece estar bastante presente entre los jóvenes de la muestra, no obstante persisten porcentajes menores de sujetos que no utilizan el preservativo en ningún tipo de práctica sexual, especialmente en el coito anal y el sexo oral, prácticas que parecen ser afrontadas por los jóvenes con menores medidas de protección. Uno de los aspectos que más resaltan en los resultados de este estudio, fue que al parecer existe un mayor uso del preservativo en cuanto al coito vaginal se refiere, pero en el resto de prácticas sexuales, el uso de preservativo fue menos frecuente e incluso inexistente en algunos casos. Estos datos hacen pensar que se está logrando una mayor concienciación sobre la necesidad de protegerse frente al VIH y demás ITS, pero dicha concienciación de algún modo sólo está presente cuando se llevan a cabo relaciones basadas en coito vaginal, y no en el sexo anal u oral (Antón Ruíz & Espada, 2009).

 

Con el panorama anterior, puede decirse que muchos estudios se han centrado en la asociación entre el consumo de marihuana y conductas sexuales de riesgo, sin embargo Henderson, Magnan y Bryan (2012), se dedicaron a examinar variables cognitivas asociadas que también se ven implicadas en la correlación marihuana y conducta sexual de riesgo. Los resultados de dicho estudio indican que, la frecuencia de uso de la marihuana y el número de síntomas de dependencia, predijo una mayor frecuencia de consumo de marihuana antes del sexo con tasas bajas de uso de preservativos. En conjunto, estos resultados proporcionan más evidencia de que el consumo de marihuana es un marcador potencialmente importante para contraer VIH o alguna ITS entre jóvenes de alto riesgo. Respecto al aspecto cognitivo del estudio, refiere a las “expectativas” del consumidor, siendo éstas más fuertes respecto a que la marihuana facilita el mejoramiento sexual; como también a la “esperanza” de los consumidores sobre que la marihuana conduce a prácticas sexuales de riesgo, lo cual disminuye el riesgo de no usar preservativo en la última relación sexual del consumidor. Por lo tanto, las expectativas de marihuana relacionados con el sexo parecen relevantes para la caracterización de la conducta sexual de riesgo relacionados con la marihuana (Henderson, Magnan, & Bryan, 2012).

 

Por su parte, al haberse establecido la relación entre el consumo de marihuana y las conductas sexuales de riesgo, en particular la del no uso de preservativo, el estudio realizado por Tyurina (y cols., 2013) se centró en el impacto en las conductas de riesgo entre personas infectadas de VIH. Este estudio reveló que el día en que los participantes consumieron marihuana, los usuarios no habituales de cannabis tenía hasta 5 veces más probabilidades de compartir jeringas, en comparación con los consumidores regulares de marihuana. Dicho hallazgo sugiere diferentes conductas entre los consumidores intermitentes y los consumidores periódicos. Para los autores fue importante analizar la diferencia entre 3 categorías de consumidores de marihuana: uso actual, uso pasado reciente y ninguno. Las conclusiones a las que se llega con el estudio a partir de este enfoque, fueron relativas a que, la asociación entre el consumo de marihuana y la conductas sexual de riesgo fue menos consistente, al no encontrar una asociación de consumidores de marihuana con el número de episodios de sexo sin protección, pero si encontraron una asociación positiva con tener múltiples parejas. Por lo tanto, es importante tener en cuenta la asociación del consumo de marihuana y conductas sexuales de riesgo específicamente entre las personas infectadas de VIH. A partir de lo anterior, los autores conjeturan que la ausencia de una asociación entre el consumo de marihuana y los episodios de sexo sin preservativo, puede estar relacionado con el hecho de que la totalidad de la muestra del estudio fueron individuos infectados de VIH, al protegerse debido al conocimiento de su propio diagnóstico de 0+, aun cuando es cierto que, estos individuos al consumir marihuana presentar un riesgo más elevado de tener más parejas sexuales; tal y como lo evidencian los resultados de Bellis y Hughes (2004) anteriormente descritos. Es por ello, que los autores llegan a una conclusión similar que Bellis y Hughes aun cuando no establecieron una correlación positiva entre consumo de marihuana y no uso de preservativo entre población 0+: la asociación entre el uso de cannabis y mantener múltiples parejas sexuales parecen un marcador de un estilo de vida más arriesgado, más que el consumo de marihuana predisponga de manera directa tener o no varias parejas sexuales sin protección (Tyurina, y otros, 2013).

 

A manera de conclusión, Bellis y Hughes (2004) plantean que, una forma de estar a la altura de los retos derivados del aumento en el consumo de drogas y de la presencia de enfermedad de transmisión sexual, será necesario enfrentar la problemática de forma integrada. De tal modo que las personas que requieran ayuda para superar sus problemas con la droga, se beneficien de los consejos para la práctica de sexo seguro y mejoren su disposición para acceder a los servicio y pruebas genito-urinarias. Del mismo modo, es posible que los  individuos a los que se haya diagnosticado una infección o un embarazo no deseado busquen en el alcohol o en las drogas un alivio inmediato y, en cualquier caso, tienen más probabilidades de ser consumidores. Así, los servicios de salud sexual que comprendan los problemas derivados del consumo de drogas serán más eficaces tanto para identificar las razones que subyacen en la práctica de un sexo desprotegido como para proporcionar una respuesta más holística.

 

Investigación compilada por:

Psic. Hazel Quinto

 

 

 

BIBLIOGRAFÍA REVISADA

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