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Entre México, la CONAPRED y South Park

¿Todos somos putos?

Psic. Abraham Hernández Gaytán

Quizá la palabra que más hemos leído en las redes sociales en estos días mundialistas ha sido “Puto”. Sí, en efecto, “el que lo lea”, ha podido pasar del debate personal o con los amigos, a las más aguerridas conversaciones de periodistas, activistas y demás. Por lo tanto, no puedo dejar pasar la ocasión de revisar tan polarizado tema.

 

Revisando al respecto, retomo el artículo “¿Y entonces está bien o no decir puto en la cancha de futbol? #TodosSomosPutos”, en el cual se cita a Judith Butler donde señala que:

 

 “…Un insulto es aquello que decimos con una intención, es decir, esperamos que tenga un efecto en otra persona, la persona que es interpelada (con la que se habla) y esta persona es puesta en una relación de poder con respecto a la persona que insulta. Esto quiere decir que cuando le decimos a alguien «negro de mierda», «pinche naco», «eres una nenita» o «puto» pareciera que lo que queremos es sujetar al otro, interpelarlo en una relación de poder en la cual el otro está por debajo de nosotros. Pero, decirle a alguien «puto» ¿es decir algo homofóbico?

 

(…) Para Butler hacen falta muchas cosas para que el lenguaje insulte, no solo la carga de la palabra, hace falta el momento, el espacio, el tiempo, la persona indicada y sobre todo, que el otro permita que se le sea interpelado de esa manera. Los insultos son lenguaje y el lenguaje no siempre es eficaz, se presta a equívocos, a juegos de palabras, a fugaz de sentido. El que es interpelado siempre puede hacer uso de estrategias para escaparse de la situación en la que se le quiere encerrar”.

 

Considero que es en el punto anterior donde se anida el conflicto en el tema: El posicionamiento del sujeto y el escape de la situación.

 

Los tiempos actuales que privilegian la normalización de la conducta, han puesto el acento en la reducción de la violencia a partir de atender la dicotomía víctima-victimario, basado en una malentendida relación de poder entre dos que se asumen – necesariamente - como poderoso y sometido (si seguimos la línea de pensamiento de Michel Foucault). Sin embargo, este sometido – la víctima – suele tener un código conductual esperado: la vejación discursiva puesta en acción, y que es justo aquí donde actúa el discurso del “empoderamiento”, que apunta a que esos que “socialmente” han sido minimizados” resignifiquen “las carencias sociales que la sociedad les ha impuesto” y lo tornen ventajas de desarrollo.

 

En esta visión global se pierden las sutilezas de la singularidad de cada uno de los dos actores ¿Qué es lo que hace que alguien se asuma “por arriba o por debajo del otro”? La respuesta a este cuestionamiento no puede ser global. De esta forma, puede entenderse que exista quien sí considere ofensivo el significante “puto” y quien no. Al respecto, el psicoanalista Ignacio Cruz – miembro de GAP – señalaba en la emisión de Eclectomanía en la que participamos en Makers Radio, que mientras no se pluralice el significante puto hacia otras significaciones, éste se petrifica como sinónimo de homosexual (aunque su uso sea extendido también para declarar malestar, cobardía, traición, equívoco) volviéndose así un significante amo.  

 

Concuerdo con lo que señala la CONAPRED al respecto de “Decir que con el pago del boleto se puede tener cualquier conducta en el estadio al amparo de una libertad de expresión mal entendida como ilimitada, además de erróneo es irresponsable, y no contribuye al respeto de los derechos humanos y de la dignidad de las personas (…)“El sentido con el que se da este grito colectivo en los estadios no es inocuo; refleja la homofobia, el machismo y la misoginia que privan aún en nuestra sociedad” “El grito de “puto” es expresión de desprecio, de rechazo. No es descripción ni expresión neutra; es calificación negativa, es estigma, es minusvaloración. Homologa la condición homosexual con cobardía, con equívoco (…).

 

En efecto, la libertad de expresión ha sido entendida como ilimitada, como goce de la palabra que refleja la incapacidad de una población de hacerse cargo de su enojo e impotencia. El futbol se ha constituido como el espectáculo que permite la explosión, al estilo de los Diez Minutos de Odio del libro 1984 de George Orwell; no importaba siquiera cuales fuesen las acciones del rival, lo importante era vociferar la impotencia, los habitantes de Londres tenían como único escape afectivo el odio. De este modo, la similitud del mundial y la Semana del Odio de Orwell es que son la fiesta de la libertad de expresión del estigma propio y el vertido hacia el otro bajo el goce de la degradación.

 

Siguiendo lo anterior, considero que cierto sector de la afición futbolística se niega a dejar ir sus Noventa Minutos porque el futbol es escape, escape en círculo panóptico donde se está más fuera mientras se está más al centro, pero dentro al fin y al cabo; porque aunque se le permita ver el futbol en las escuelas y el trabajo, al terminar regresa a su impotencia y frustración, a su ralentización del goce mexicano. Sin embargo, el significante puto no alcanza a expresar la singularidad de su posicionamiento dentro de la violencia en que vive, el malestar se diluye en lo ilusorio de la palabra y sus trampas de significación. Por tanto, es falso decir que “Todos somos putos” porque no lo somos, porque un puto no es igual a otro puto y menos a un no-puto. El significante amo tampoco reivindica ni resuelve, gira sobre sí mismo.  

 

El Trending Topic #UnNuevoGritoParaMéxico me hizo reflexionar ¿qué es lo que México quiere gritar? ¿Cómo ocurre esta selección de lo que se grita y lo que no? Y quizá más importante ¿Por qué gritar? ¿Por qué el malestar no pasa por la palabra?

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