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La marginación de la sexualuadidad, Nymphomaniac

 

Ignacio Cruz

Psicoanalista.

Nyphomaniac  de Lars Von Trier fue, sin duda, un fenómeno mundial a nivel cinematográfico, que utilizando el recurso del morbo abarrotó las salas de cines de espectadores, que ingenuos  mordieron el azuelo sin imaginar lo que de lo Real ahí habla, efecto que no quedo sin consecuencias, al punto que la segunda entrega de este film no sólo pasara desapercibida, sino que su permanencia en las salas fuera a penas un suspiro, una metáfora de que, lo que ahí se muestra los sujetos no quieran saber nada.

 

La sexualidad, hoy es considerada como espectáculo, hemos superado los tiempos de Freud y de la represión sexual,  pero no somos inocentes al creer que todo de la sexualidad puede ser reducido al mercantilismo, la sexualidad en venta por excelencia es la del “porno”, mostrar al sujeto imágenes que puedan ser utilizadas para su goce, goce autista en el que no exista la necesidad de recurrir ni siquiera a la fantasía, en donde el encuentro con el Otro –el Otro del lenguaje  - queda cancelado, de ahí sus ganancias multimillonarias, pues ofrece una alternativa de goce evadiendo lo perturbador del encuentro sexual.

 

Pero sin duda alguna lo que Von Trier nos muestra es otra cosa, su  film  pone en juego no solo los cuerpos al desnudo, las escenas sexuales de penetración o sexo oral en primer plano,  o formas de satisfacción masoquistas - qué diferencia habría con el porno – Lo que Von Trier nos muestra es un personaje, una mujer que habla, que demanda, una mujer que atravesada por el lenguaje nos muestra los impasses de la insatisfacción sine qua non de la histeria, y en cuyo relato aparase la lógica de su fantasma, a saber  “llenar todos sus agujeros”, demanda que deja al manifiesto la imposibilidad de la existencia de la relación sexual.

 

La pregunta que gira desde el inicio es saber si Joe – la ninfómana – ¿es o no culpable del goce que la habita? Para ello y a modo de algo que pudiera simular un proceso analítico –pero ahí no hay analista - relata su historia a Seligman, el hombre que al encontrarla sola y golpeada en callejón, decide llevarla a casa sin sospechar las consecuencias que ese encuentro tendrá para ambos.

 

A través de los diferentes elementos  que hay en la habitación Joe cuenta su historia en diferentes capítulos, nos lanza un anzuelo, dejando ver que desde su infancia como dice Lacan, el encuentro con su sexualidad es un encuentro fallido, si bien muchos análisis intentan dar cuenta de la novela edípica de este personaje, su historia se encuentra más allá del Edipo o de Electra – artificio Juenguiano para dar cuenta del complejo de Edipo en las mujeres- la sexualidad  de Joe aparece como Sinthome que la lleva hasta el desfiladero de la sexualidad, su propia  degradación.

 

Cada uno de sus relatos da cuenta de ello, desde su infancia la relación con su cuerpo está marcada por efectos de goce, ella insiste en que algo de lo fálico puede colmarla, pero su condición femenina le hace evidente que siempre queda un resto insatisfecho, es lo que Lacan propone al concluir que, algo de lo femenino esta de lleno en la función fálica. Joe no puede ser colmada, su primer encuentro sexual con Jerome está condenado al fracaso, ella no es objeto de deseo para aquel a quien ella quiere, pero si se convierte en su síntoma, pues ese primer encuentro fallido, deja la marca del numero en ausencia de la letra, fracaso que marcará desde el inicio y para siempre este vinculo formado por ellos, que luego de constantes encuentros y desencuentros, marcará la lógica de su relación, ella es el tigre que no puede ser saciado, él  aquel incapaz de satisfacer a ésta mujer que le demanda que la colme. “Llena todos mis agujeros” le demanda ella, pero su deseo está condenado a la insatisfacción, pero ella insiste y en su insistencia abre la hiancia dejándola frente al abismo de su inhibición sexual, hiancia que muestra la falta en Jerome, él es incapaz de colmarla… siempre lo ha sido.

 

Qué se puede hacer frente a este impasse,  la clínica nos muestra que la histérica quiere un amo y busca un padre ideal, pero lo que desea es develar la impotencia para así hacer triunfar -es decir, poner en posición de verdad- el saber sobre la impotencia del amo-padre. La histérica revela la impotencia del significante amo, su semblante, y al mismo tiempo encarna el goce femenino como goce de ser privada por la madre, por la Otra mujer.

Por ello se asume a sí misma no como adicta sexual, ella es la ninfómana, la Otra mujer, juega aquí también un papel importante, su madre como aquella en la que no puede ver si no la encarnación del otro goce, ese goce que hace falta que no haga falta, la otra satisfacción que vela la ausencia de la relación sexual,  es decir aquellas mujeres cuya satisfacción está más allá de la función fálica. Y el decir del padre que la lleva buscar el árbol que representará su alma, aquel que ella reconoce en la desolación.

 

Si bien su fantasma es perverso, ella no lo es, la duda es el síntoma neurótico por excelencia, y ella se cuestiona al respecto de su culpabilidad, a diferencia del perverso ella no busca hacer gozar al Otro, no es el objeto de goce del otro, en tanto que lo que busca es precisamente ponerlo en falta, es lo que no cesa de no inscribirse, es lo Real en juego durante todo el film, por ello se entrampa con Seligman, el obsesivo que procrastina el deseo asumiéndose como asexual, aquel que termina cediendo ante la demanda de la histérica, para irse a encontrar con la muerte en el momento en que cede ante el deseo.

 

Joe es una marginada sexual, una marginada que termina encarnando siempre la misma historia, la de la insatisfacción de la histeria y los impasses del encuentro con el otro, marginada sexual pero no del goce que hace mella en su cuerpo, aquella que cede en el deseo, que perturba al espectador al mostrar que no existe relación posible, que lo que hay es goce.

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